“Está en la celda 267”,
dijo el guardia SS que estaba de turno en la prisión de Pánkrac. Abrió la
puerta y cuidadosamente revisaba mis pertenencias. No llevaba mucho, sólo una
libreta de mano y un esfero. El guardia me las devolvió y dijo que le siguiera.
Caminamos por un pasillo oscuro y frío, apenas se podía ver el fondo del
corredor.
Periodista Julius Fucick |
Subimos varias escaleras. Estaban húmedas y con un olor
fétido. Pensé que ya estábamos cerca de las celdas, pues la cantidad de
guardias SS aumentaban con cada escalón que dábamos. Después del largo
recorrido, ingresamos por otro pasillo que tenía una puerta grande de metal
verde. El guardia con dificultad abrió la gigantesca estructura metálica.
Era como entrar en el más profundo abismo del infierno. Aquí se vivía una pesadilla convertida en realidad. Los prisioneros casi moribundos en sus celdas, me miraban con ojos de esperanza, con ojos de agonía, con ojos de dolor. Desvié mi mirada, pues mi único objetivo era llegar a Julius Fucick.
Planeamos esto por años y el momento finalmente a llegado. La
última vez que lo vi fue la mañana del 14 de marzo de 1941. Ese día la Gestapo
arrestó a mi Julius. Yo, como activista del partido, y hermana del gran
periodista, tuve que actuar como si nunca lo hubiera conocido. Sabíamos que
este momento llegaría, por eso tuve que seguir precisas instrucciones durante
dos largos años.
Finalmente llegamos a la celda. “Fucick, una periodista te busca. Tienen media hora”, dijo el
guardia SS con tono de mando. Lo vi y mi alma se desplomó. Estaba flaco y
ojeroso, con varias deformidades en el cuerpo, tal vez por muchos golpes. Su
cabello negro le daba un poco de color a su piel, pues yacía paliducho postrado
en su cama.
El guardia SS cerró la puerta de la celda y se alejó
caminando. Julius y yo nos miramos por varios segundos sin saber qué decir. Me
acerqué a él y lo besé en la mejilla. Una lágrima bajaba por su rostro
lentamente, me dijo “pensé que no
vendrías nunca. Veo que has seguido correctamente mis instrucciones”.
Asentí con la cabeza y me senté a su lado. Molesto y con tono
irónico me dijo “¿Eres estúpida? Deben
creer que eres una periodista nazi. ¡No me toques! ¡No me mires! ¡No te sientes
a mi lado! Y si puedes trátame con desprecio, los nazis son especialistas en
eso”
De inmediato tomé una silla vieja que estaba en la celda y me
senté lo más lejos posible de Julius. Me dejé llevar por el cariño y la
compasión. Mis sentimientos nublaron mi vista
y por unos segundos había olvidado el plan del porqué estaba yo aquí. “Soy una periodista nazi, Julius Fucick no
es mi hermano”. Esa frase la repetía en mi mente una y otra vez.
Saqué mi libreta y mi bolígrafo. Anoté la fecha, 25 de Agosto
de 1943. Lancé mi primera pregunta: “Julius,
¿cómo fue que te atraparon después de haber estado tanto tiempo en cubierto?"
Él me respondió: “verdaderamente eso no
importa. Lo que importa es que mi trabajo como partidario aun se ve reflejado
por mis sucesores. Aunque esté encerrado en esta celda, mis ideales aun se
defienden por toda Checoslovaquia. A pesar de las torturas que recibí, nunca
claudiqué. De mi boca nunca salieron esas palabras tan anheladas por los
soldados nazis. Jamás inculpé a nadie. Pero las torturas eran dolorosas e
insoportables, aun así, la traición me duele más. El cuerpo sana, la confianza
jamás. Al final, las heridas cicatrizan, pero la herida de una traición te
desgarra el alma, y un alma dañada nunca se cura”.
Le dije: ¿Traición? ¿A
qué te refieres con traición? Julius bajó la mirada y se quedó callado.
Necesitaba fuerzas para recordar. Después de un largo tiempo en silencio finalmente dijo: “¿Aun no lo sabes? ¡Ese
gusano desalmado nos traicionó a todos! Una mañana me subieron al
interrogatorio diario del cuarto 400. Entonces ahí me pude dar cuenta de la verdadera
gravedad de las cosas. Todos los del partido estábamos allí, hasta el doctor.
Ese día pensé que nos ejecutarían. Los guardias SS me preguntaron si conocía a
alguno de estos personajes. Muy crudamente dije que nunca en mi vida los había
visto. Lo mismo dijeron ellos de mi. ”
Julius se detuvo. Se podía ver que sus ojos ardían de furia.
Sus manos inquietas y venosas recorrían por su rostro una y otra vez.
Prosiguió: “Cuando vi a nuestro colega
Maverick del lado de los Guardias SS mi corazón rugió de ira. Él nos delató.
Delató a todos los del parito, ¿a cambio de qué? A cambio de menos golpes. Por
haberle dado toda mi confianza, por eso estoy aquí, padeciendo y muriendo
lentamente.”
Atónita y con el corazón desgarrado le pregunté si es que
Maverick aun segía vivo, Julius me dijo que no sabía: “La última vez lo que vi fue ese día en el cuarto 400. Algunos dicen que
sigue vivo, pero en las celdas se recorre el rumor de que lo condenaron en
Berlín y murió en los campos de concentración. Pero la verdad no me importa.”
De repente su voz se quebrantó y baj´ una lágrima
acariciando su huesudo rostro: “La única
persona que verdaderamente me ha importado es mi Gustina. Se que sigue viva por
alguno de estos rincones de la prisión. Le canto todos los días ¿sabes? Lo hago
con alguna esperanza de que me escuche. Algún tiempo atrás nos encerraron
juntos en el cuarto 400. Obviamente negamos que nos conocíamos. Le di una
pequeña sonrisa de amor, o al menos eso intenté. Ella con su mirada me devolvió
la esperanza. Esa fue la última vez que vi a mi Gustina. Ojalá salga viva de
este infierno, porque esa mujer se merece vivir.”
De repente nuestra conversación fue interrumpida. En la celda
entró un hombre casi calvo, con algunas canas en la barba. Cojeaba con el pie
izquierdo y tenía unas enorme ojeras debajo de sus ojos. Nos miramos y Julius
Interrumpe: “!Padre! Ella es la
periodista de la que alguna vez te hablé.” Le miré con ojos de
agradecimiento, o tal vez de compasión. Él me devolvió la mirada.
Inmediatamente Julius dijo “señorita él
es El Padre. Un personaje emblemático ¿sabe? Cuando la Gestapo me atrapó en el
41, él fue le persona que me curó. Me atendía, me obligaba a comer, curaba mis
heridas. No le importaba que mi ropa y mi colchón olieran a carne podrida,
igual lo hacía. Gracias a él me mantengo en pie.”
De repente El Padre interrumpe la conversación y dice: “nos gusta jugar a los dados, casi siempre
apostamos la asquerosa comida que nos dan aquí. Pero en fin, es doble porción.
Yo he estado aquí encerrado un año más que Julius. Conozco a todos señorita, se
cosas que nadie se imagina. He visto salir a miles de esta celda que nunca
vuelven, y he visto entrar a miles también. Pero el único que ha permanecido un
largo tiempo es Julius. Sabe señorita, él es duro de matar. ”
La conversación es interrumpida cuando un guardia SS llama al
padre. Él se levanta y sale de la celda. No volvió más, al menos hasta que yo
terminara mi supuesta entrevista con Julius. Fucick prosiguió hablando: “he conocido a varios personajes emblemáticos
en esta cárcel. El cocinero por ejemplo, sabe a quién le hace falta una porción
extra de comida. Trata de ayudar a los enfermos y a los recién torturados. ”
Con un tono de risa Julius continua: “El enfermero nunca se da por vencido. Ayuda a los que puede. Pero si no
tiene mucha empatía con los prisioneros, es capaz de darles el antídoto
equivocado. También está Kolonsky, es un guardia SS checo. Él se mezcla con los
encarcelados. Les hace hacer guardia mientras él duerme cómodamente en las
camas de la celdas. Kolonsky nunca trata mal a los prisioneros. ”
“Todo aquí es tan
diferente de lo que pensé. Tu vida pende de un hilo. No sabes si mañana vivirás
o serás condenado. Es como una obra de teatro. A veces pienso que no tengo
vida. Se abre el telón de la muerte y debo actuar para un público desalmado.”
Esas últimas palabras de Julius quebrantaron mi alma y mi corazón. Me contenía
para no llorar. Un guardia SS nos interrumpe y se dirigió hacia mi: “señorita su tiempo ha terminado debe
retirarse.” Inmediatamente dice “!Fucick levántate! Te esperan en el juzgado”.
Ambos nos levantamos y salimos. Yo sabía perfectamente lo que
significaba el juzgado. Julius me miró como diciendo adiós. Tomamos rumbos
diferentes. No podía dejar que mi tristeza invadiera mi cuerpo hasta salir de
esa prisión. Me contuve. Julius Fucick fue condenado el 25 de Agosto de 1943 en
el tribunal de Berlín. Murió tres semana después, el 14 de septiembre, en los
campos de concentración.
Adiós hermano.