La esperanza que solo una eliminatoria puede provocar, la llevábamos todos
los ecuatorianos en nuestros corazones. Con esa misma esperanza, los
comerciantes de la zona esperaban vender toda su
mercancía a tiempo.
Había gran variedad de productos: banderas que flameaban con el viento,
camisetas, gorros, pelucas, silbatos, llaveros, bufandas. Todos con el logo y los
colores de nuestra selección.
“Lleve la camiseta de la selección, lleve lleve niña linda”, me dijo un
hombre con una cresta (peluca) que tenía los colores de la tricolor. “¿Cuánto
cuesta?”, le pregunté. Me dijo: “cuesta ocho dólar pero para una niña linda
como usted le dejo en cinco”.
Me causó gracia el cumplido del señor,
al igual que su peluca. Por su tono de voz pude notar que era de la costa. Este
singular personaje llevaba en una maletita verde muy desgastada toda su
mercadería.
José Guaman había viajado desde Manabí únicamente para vender sus productos
en la capital. Había comprando seis docenas de gorros y camisetas, invirtiendo
cien dólares por ambos artículos. “Al
final del día espero ganar por los 250 dólares”, dijo José en un tono
ambicioso.
Su labor comenzó a las nueve de la mañana y hasta el momento había vendido
ocho camisetas. José era uno de esos vendedores que tenía cara de pocos amigos,
pero una labia innata para vender. “Lleve los gorros, lleve las camisetas”,
gritaba de un lado a otro, tratando de esquivar a los municipales.
Y es que por ordenanza metropolitana, los vendedores ambulantes no pueden
vender su mercadería en la vía pública, a menos que porten una licencia de
comerciantes. “Nos tienen jodidos, uno
viene a ganarse la plata honradamente y estos chapas no nos dejan trabajar en
paz”, dijo José con un tono bastante molesto.
Él tiene que mantener a cuatro hijos, y a pesar de los esfuerzos extra que
hace, no le alcanza para todo. “Yo vengo desde muy lejos con mi camionetita
vieja solo para vender estas camisetas y estas gorras. Espero vender todo para
regresar a mi casa después del partido”
El costeño muy amablemente se despidió de mí para continuar con su ardua labor y regresar a su tierra. Así como José, existen muchos vendedores ambulantes que aprovechan estas ocasiones especiales para obtener un ingreso extra y ayudar a sus familias.
La nube negra por fin estalló, y el radiante amarillo poco a poco se fue
opacando por la lluvia. Sin embargo, el espíritu seguía vivo y la euforia en
plena cúspide. Los ecuatorianos esperábamos con ansias el silbato del árbitro,
y la voz del narrador que diga “!Jueguen muchachos!”.
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